Como de errores andaba la cosa. No me conformé con cometer sólo dos. Al pie de Tornerías Sonse me confirmó que había visto a Óscar y que portaba su chubasquero amarillo, aunque el cielo no amenazaba lluvia y que, ¡oh sorpresa! había recuperado el famoso chip. Me quedé más tranquilo, mi vigilia nocturna tuvo alguna utilidad. Allí terminaron mis comentarios con alguien del club. Fue comenzar Tornerías y quedarme más sólo que la una. Ni trabajo de equipo ni leches. El puerto, bien. De esos con carreteras estrechas, piso irregular, vacas alrededor y depósitos vacunos sobre el asfalto. Al principio de la subida, estos regalos de las mujeres de los toros eran una anécdota. Dos kilómetros después, algo molestos, y en los dos últimos, cuando la calzada buscaba el 12%, un auténtico incordio. Tanto, que si te levantabas la rueda resbalaba de lo lindo. Boñigas aparte, en los 1.000 metros finales me recordaron que sólo llevaba un piñón del 25, demasiado poco...
Eso sí, tuve las santas narices de perder en la bajada todo lo que había ganado subiendo. La carretera parecía trazada por un ingeniero de caminos con media docena de copas. Una sucesión de curvas cerradas en la que las vacas también habían hecho de las suyas. Cualquiera se arriesgaba. Menuda vergüenza. Caerse por culpa de una boñiga. A ver quién lo cuenta después.
El siguiente puerto lo pasé a rueda de unos vasquitos majos y en la bajada hicimos una grupeta amplia, de esas en las que no hace falta tirar. Pronto encontré a alguien que me contase cómo era la subida. Maillot rojo con la inscripción de Valdepeñas y bicicleta de carbono de 3.000 euracos. Ese había venido más veces por aquí. Acerté de lleno. Me aconsejó comer antes de subir (no sabía lo de mi pastel hipercarbohidratado, seguro) y sobre todo guardar fuerzas para la Huesera.
Le hice caso. Me reservé hasta límite insospechados. Casi ni me sentaba en el sillín para no ir contra la gravedad. Después de una gracieta de la organización, ponían que un kilómetro era al 2,2% de desnivel cuando no bajaba del 8, llegó la Huesera. No estaba escrito en ningún sitio. Al menos no lo ví, pero la bici de repente se quedó parada. Tiré del cambio. Nada, no me quedaba ni un piñón y por delante se veían dos rampas de aúpa.
Busqué otra rueda buena, un vasquito de Mungía y me decidí a sufrir. Creo que no he repartido más chepazos en mi vida. El cuentakilómetros anunciaba nueve kilómetros hora y eso no se acababa. Pasé de la Huesera al Mirador de la Reina sin solución de continuidad. Penando. Después, cuando parecía que todo iba a acabar, nueva curva y nueva rampa. Interminable. Lo único que pensaba era la gran idea de hacer esta carrera en mayo. Si se hace en julio, con calor, humedad y porcentajes descomunales, la acaban tres.
Cuando creía atisbar la meta recordé que había un descansillo. Lo ví, una bajadita. El problema es que ese placer lo quitaba un cartel que rezaba "Próximo kilómetro al 9,9%" y claro, era inevitable echar cuentas. "O sea, que si ahora empiezo a bajar, y la media de este kilómetro es del 9,9%, lo que que queda es..." Sí, como un calambrazo en la entrepierna. Desgradable.
Y por fin, después de otra rampa y un kilómetro de niebla, coroné. Cuatro horas y 10 minutos a una media de 27, no estaba mal. Ahora tocaba la peor parte. Esperar. Vino Sonse, después Garoz y en tercera posición un nubarrón negrísimo de los no dejan dudas. Haciendo caso a la nube y sin saber por dónde andaba Óscar, y su chip, nos decidimos a bajar. Vimos a gente haciendo eses, a otra bajada de la bicicleta, algunos sentados en la cuneta, nos visitó la lluvia y justo antes de empezar lo duro nos encontramos a Óscar escoltado por el coche escoba. Sabemos que acabó, pero no cuando.
Encontrareis cualquier asunto relacionado con el deporte que suscite polémica.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario