El fin de semana pasado 15 gays celebraron que se sienten orgullosos de ser como son poniéndose hasta las cejas de extasis, que, casualmente, estaba en mal estado. Teniendo en cuenta que son extremadamente raros los casos de intoxicación por esta droga, podemos suponer que gran parte del colectivo homosexual abusa de los estupefacientes. Ahora me pregunto ¿y si alguno de los que estuvo en Madrid quiere correr el Tour? El señor Prudhomme, insigne director de la Grande Boucle, no se lo permitiría. "Festejaron en Madrid y por lo tanto, son sospechosos. Firmen aquí que pagarán un año de su sueldo si acaso luego son culpables", diría en perfecto gabacho, como si hubiese sido el inventor del liberté, fraternité e egalité . Con toda lógica le responderían: "Ya claro, pero es que no hay ninguna prueba que nos incrimine, sólo que estuvimos en Madrid, como miles de personas". En caso de suceder algo así se tacharía al Tour de homófobo, de juzgar a todo un colectivo por sólo unas cuantas personas y hasta Jean Marie Le Pen se presentaría en Londres enarbolando la bandera de los derechos humanos.
Si ahora extrapolamos esto al ciclismo, los más profanos en la materia entenderán porque algunos ciclistas se quejan de los abusos de autoridad del Tour. Han pillado a unos cuantos, de acuerdo, pero la gran mentira consiste en meter a todos en el mismo saco. Aunque lleguen a estarlo, no hay pruebas que lo demuestre y por lo tanto, son inocentes. Democracia lo llaman en algunos sitios.
Riis
Lo que pasa es que el pelotón sólo es una masa compacta cuando va en bicicleta. En cuanto se bajan cada uno mira por sus intereses. La ley de la selva. Cuantos menos enemigos y más débiles, mejor. Adiós al compañerismo y la unión. Tenía razón Gómez Marchante cuando dijo el otro día que el ciclismo hay demasiados "tontos y pobres". El problema es que los listos y ricos son como Bjarne Riis, que en el Tour 98, el del 'affaire' Festina, cuando todos estos problemas se podrían haber solucionado si la carrera no llega a París. Pero no. El danés se hizo coleguita del jefe Leblanc y convenció a todos, a los españoles no, para que tragasen. Que más le daba, si para él la EPO ya era el pan de cada día y estaba a punto de retirarse. Después ha confesado que mintió. A buenas horas. Quizás en ese Tour del 98 pagaron muchos inocentes por su culpa. Lo peor es que la propia organización de la carrera conocía las prácticas del danés. Los periodistas, como mi amigo Fernando Llamas, conocían a Riis como Míster 60%, por su nivel de hematocrito. ¿No se habría enterado a esas alturas el señor Leblanc? Lo sabía toda la caravana menos el patrón. Entonces, el Tour miró por su negocio, igual que ahora. La limpieza sólo les sirve cuando lleva dinero consigo.
La famosa carta auspiciada por el Tour y apoyada por la UCI no es sino un atentado directo contra los derechos de los trabajadores. Imaginense ustedes que al entrar a trabajar a un empresa le obligan a firmar un documento en el que se compromete a realizar su trabajo sin trampas (como por ejemplo, copiar noticias de agencia o hacer refritos). Si le pillan, deberá estar dos años sin poder currar y además, tendrá que pagar un año de su sueldo como multa ¿Cuantos irían directos al sindicato para denunciar a estos patronos? Todos. Los gays también.